La niña que vivía en un espejo
lunes, 04 de enero de 2010
Crisálida vivía dentro de un espejo. Podía ver el interior de las personas que se miraban en él y encontrar todos sus sueños como si estuviese dentro de ellas. Todas eran muy diferentes. Había personas que tenían paraísos de flores en campos verdes de árboles enormes.
Otras vivían en palacios de cristal transparente que flotaban en el agua de un mar tranquilo donde se reflejaba siempre el sol encendido.
Una vez se miró un hombrecillo pobre que estaba muy triste por ello, Crisálida, que era muy sensible, desde su espejo le cantó una bonita canción que decía en su letra:
No te aflijas,
tú eres un pequeño gran hombre,
puedes crecer si quieres.
Como el árbol,
como el humo,
como la cometa feliz,
con un poco de aire nada más,
Con un pequeño deseo de ser estrella, puedes navegar los cielos, más que el más poderoso, más que el más grande de esta tierra.
El hombrecillo sonrió mesando su barba con la mano, agradecido ante el espejo.
Y todos los días volvía a mirarse en el para agradecer a Crisálida con una sonrisa lo que había cambiado en su interior.
En otra ocasión vino a mirarse un príncipe que solo deseaba ser el más bello, para así poder atraer con sus encantos a la princesa más bonita que hubiese en la tierra.
Nuestra protagonista le dijo: No, no, no. Así no es la belleza que pide una princesa.
Has de saber darle tu amistad, vestirla de cariño, alumbrar su camino con tu luz, abrirle las puertas de tu ser, de los jardines que lleves dentro.
Decidle: Pasad princesa y pasead por mi edén, soñad, sed feliz.
No le pidáis nada a cambio y así os lo dará todo.
También un día se miró una niña de cabellos dorados y blanca piel, que lloraba por que estaba sola y deseaba a toda costa tener un hermano.
Crisálida sintió tanto su necesidad, que reflejó el brillo de sus lágrimas en dirección al cielo, justamente cuando por allí pasaba la cigüeña llevando un huerfanito bebé de negra piel y rizados cabellos, hacia un destino aún por conocer.
De pronto la cigüeña, cuando por momentos se sintió cegada por los destellos de luz que salían del espejo, comprendió que era una señal y dirigió su vuelo hacia aquel lugar, entregándole aquel niño a la niña que necesitaba un hermanito.
Y así hubo casos y casos, hasta que un buen día nuestra niña Crisálida se convirtió en una majestuosa mariposa de increíbles colores y se fue revoloteando entre las flores del preciado jardín de nuestros sueños.
Lo Marti
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