Para hablar de la presencia en Lugo de este estilo artístico, es conveniente situarnos en su época. A mediados del siglo XIV, había en la ciudad dos conventos correspondientes a las Ordenes Mendicantes: franciscanos y dominicos, ambos en el borde norte de la ciudad, limitando la zona urbana. En el siglo XIX corrieron suertes diferentes a
causa de lo de Mendizábal. El de franciscanos, con el tiempo, llegó a ser sede del actual Museo Provincial de Lugo y su iglesia acogió la Parroquia de San Pedro. El de dominicos, terminando el siglo XIX, pasó a estar habitado por monjas agustinas. Del paso de los dominicos por allí solo queda el nombre de la plaza en la que estuvo ubicado, Plaza de Santo Domingo.
En aquel tiempo hubo en Lugo un obispo dominico, Fray Pedro López de Aguiar. Las crónicas nos dicen que fue un hábil negociador. Se hizo amigo de reyes y mereció sus favores, si bien era hombre enérgico, de modo que bajo su mandato tuvieron lugar las revueltas ciudadanas protagonizadas por María Castaña. Devoto constructor, debemos a él la ampliación de la catedral con las capillas hoy conocidas como del Pilar y de San Froilán (ambas de traza gótica), la fundación del convento de madres dominicas (A Nova), con su correspondiente construcción, y los techos de la iglesia de los franciscanos.
Ahí es donde quiero llegar, a la iglesia del convento de franciscanos, hoy parroquia de San Pedro, como he indicado. Me dicen que a D. Pedro se debe la construcción de la cubierta y la cúpula de la iglesia. Como era avezado en estas aficiones, las mandó hacer modernas, de entonces. Y nos dejó una hermosa muestra de artesonado mudéjar.
La iglesia es de principios del gótico, antes de enredarse el estilo en florituras, platerías y semejanzas a encajes almidonados. No es éste el caso, nuestra piedra no daba para tanta floritura, pues el granito siempre será granito. Aquí los arcos bajan recios, casi como debe ser. El templo consta de una sola nave con otra transversal en las que hay tres ábsides, mayor la central. Todo muy clásico, elegante y casi diría que con un resultado espectacular.
Porque así es, espectacular, el acceso a la iglesia. Tras una puerta, más bien pequeña, lobulada y un estrecho ventanal vertical sobre ella, nos encontramos con una esbeltez rayana en la arrogancia. Atrás quedan los templos del estilo anterior, hermosos aunque pareciendo no poder despegar del suelo. Este, de San Pedro hablo, parece subir hasta donde pueda, pareciendo poder mucho. Claro que la techumbre de madera elimina peso y permite esos altos vuelos, que diría alguien. Los arcos que sostienen son recios, bien se ven, pero la altura que alcanzan es para tener en cuenta. Esa altura, traducida en amplitud, confiere al interior del templo un aire de grandiosidad, sí, pero no exenta de intimidad y serenidad. La luz que entra a raudales por vidrieras, ventanales y rosetones, genera un interior con tal aire de tranquilidad, que hace que uno se sienta muy a gusto. Además del gran ventanal de la fachada, la nave transversal tiene dos rosetones en ambos extremos. La verdad es que en no muy buen estado, pero allí están. Luz, luz en el interior del templo. No es de extrañar, así es el gótico como marco de nuevos mensajes en unos templos en los que se pretenden nuevas sensaciones.
La cabecera del templo está formada por tres ábsides, mayor la central que corresponde a la nave principal. En su interior presentan bóvedas nervadas que casi bajan hasta el suelo. En el exterior es un hermoso conjunto monumental propio de los conventos de las Órdenes Mendicantes. En estos ábsides encontramos sepulcros de personajes que debieron tener su importancia en el Lugo de entonces, tal vez de la nobleza local. Vaya uno a saber. Yo no tengo idea de quiénes fueron y sus sepulcros, más bien rústicos, no me parecen pretender pasar a la historia de nuestra escultura funeraria. Pero están allí y prestan su adecuado y buen ambiente al conjunto.
Me dicen que Fray Pedro López de Aguiar trajo arquitectos aragoneses. No sé hasta dónde es
fiable la noticia, pero a los hechos me remito. Si trajo constructores fue para que ejerciesen en Lugo. Ya he comentado su conseguido afán de dejar huella. De niño, nunca había visto un techo de madera hasta que entré en San Pedro. En la nave principal, las vigas se colocan a lo largo, sostenidas por otras transversales que, a su vez, se apoyan en otras cuatro, longitudinales. Quedan bien, yo diría que bonitas con la belleza que confiere la sencillez unida a la funcionalidad.
La cúpula es otra cosa. Allí en lo alto del crucero sí hay pretendida, y encontrada, belleza de maderas cruzadas en filigrana y orientadas hacia un centro bien definido. Una hermosa cúpula mudéjar alberga ese cruce de naves confiriéndole al lugar una singularidad inesperada. Es bonita la cúpula y también sencilla, lo que la hace más hermosa. Siendo de madera, el lugar goza de una magnífica sonoridad. En noches de concierto se aprecia esto y recuerdo haber escuchado allí la Novena Sinfonía de Beethoven. Era la primera vez que yo la escuchaba y nunca olvidaré aquel concierto, así como a los amigos que compartíamos el momento.
No voy a decir que esta cúpula sea la única de este tipo en Galicia, pero sí creo que en Lugo no tiene compañera. Por eso la visita a la iglesia de San Pedro está más que recomendada.
Fray Pedro murió y fue enterrado en el entonces convento de dominicos. Aún hoy es fama que su sepulcro es hermoso, pero no es posible verlo. Estando en la zona de clausura del convento, la autorización para visitarlo depende de la firma de no sé quién que está en Roma y que tal vez ni sepa por dónde cae Lugo.
Tampoco es asequible visitar la iglesia de San Pedro, por mil motivos, algunos de ellos comprensibles. Pero no estaría mal que en la puerta hubiese un rótulo avisando de las horas de visita. Más de uno agradecería el detalle.